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La ropa de ellas que me calienta...


Invitado splashtrack

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Respuesta: La ropa de ellas que me calienta...

 

particularmente me puede una mini de jean con botas 3/4... (o sea, con un lomo adecuado).

no le digas eso a alguien que sepa de moda, te tira con las botas por la cabeza

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Respuesta: La ropa de ellas que me calienta...

 

eppa Stendhal ,ese abrupto corte de la foto en una sugerente region del cuerpo se presta para interpretaciones infinitas...:001_rolleyes:

 

ssssssmmmmmmm TENES QUE HABLAR DE ESTO CON TU PSICOLOGO, te lo digo en serio...

primero sugeris interpretaciones infinitas a una foto con un buen par de gambas porque no se le ve la argolla

y me decis a mi, que pego una foto de una minita mostrando la espalda que tengo que hablar con un psicologo

si queres hablo para pedirte un turno, loquito...

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Respuesta: La ropa de ellas que me calienta...

 

ssssssmmmmmmm TENES QUE HABLAR DE ESTO CON TU PSICOLOGO, te lo digo en serio...

 

....

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lowerback1.jpg

Editado por Stendhal
Se redimensionó imagen por su excesivo tamaño.
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Invitado Viejo Golanchik

Respuesta: La ropa de ellas que me calienta...

 

tatuaje arriba de la cola= se muere por sexo en 4 patas

 

 

debo coincidir, mi ultima amigovia, no amigata, tenia tatoo ahi y moria por ponerse en 4 (y mirarse en el espejo).

 

VG

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La ropa de ellas que me calienta...

 

Un texto de Sasturain a propósito de vestidos (y de pelos)...

 

De los pelos

Por Juan Sasturain

 

A los hombres nos gustan los vestidos. Quiero decir: a los hombres nos gusta que las mujeres se pongan vestido. A muchos, al menos. Entendámonos, sobre todo ahora, con la primavera, el calor y el veranito que se viene, no hay nada más hermoso de ver que el ir y venir de una mina con un vestidito liviano, de esos de tela suave y moldeadora, que cae sin apretar, recuerda qué hay debajo, suelto y cómodo. Se lo digo, lo experimento con mi mujer. Es así. Un cruce de gambas con vestido y sin medias justifica todas las lluvias hinchapelotas de la primavera, y la leve transpiración en el cuello debajo de un vestido escotado con botoncitos, aunque sea a principios de diciembre, nos salva el año.

Claro que cuando uno formula estas verdades del sentimiento, puras y desinteresadas más allá de sí mismas, como la sed o el hambre de justicia, se le cruzan objeciones pragmáticas y de dudosa comprensión. Nunca hemos aceptado del todo la apropiación femenina del pantalón, los pretextos de comodidad y practicidad, hasta que –con sinceridad o sin ella– aparece, junto con otros argumentos que se esgrimen contra el sexismo de nuestro planteo, el tema de los pelos. Los pelos femeninos –no la cabellera, claro– como problema a resolver a la hora de determinar qué parte del cuerpo ha de estar expuesta al aire libre o recatada a la cobertura indumentaria. Esa parecer ser la cuestión. Una boludez, si se nos permite, masculina, prejuiciosamente hablando.

Al respecto, recuerdo con gusto una nota escrita hace años en que reflexionaba a pedido sobre un tema acaso poco fashion, pero muy pertinente, contiguo, tangente en este caso, que plantea cuestiones similares en un grado incluso más aparatoso: el vello axilar. Y según creo recordar, partía para reflexionar de un momento –los años de mi primera infancia: fin de los ’40, comienzo de los ’50– en que no se habían popularizado aún los pantalones entre las mujeres y la primitiva yilet ejercía –aún tímidamente– el liderazgo, por no decir el monopolio absoluto, entre los recursos taladores de vello para las chicas ensombrecidas. Pero el uso no estaba tan generalizado como puede suponerse.

Recuerdo que en esa nota apuntaba que –según mi mirada infantil– “las dos estaban buenas, pero Rita Hayworth se afeitaba las axilas y mi mamá, no”. Ese recuerdo puntual no fue algo tan difícil de verificar. El dato de Rita lo tengo, lo tenemos todos, por el baile demoledor de Gilda, que termina con el sopapo del boludo de Glenn Ford en un improbable club nocturno porteño hacia mediados de los ’40; ahí ella, cantando mal –pero, ¿quién la oía?–, levantaba los purísimos brazos sobre la cabeza mientras se sacaba los interminables guantes y agitaba la melena pelirroja, pese al blanco y negro. Una cosa infernal. El dato de mi mamá lo tengo de innumerables experiencias en vivo para la misma época que no pienso referir. Se puede argumentar que no son términos de comparación una terrible y frágil yegua de Hollywood y una linda mamá de clase media argentina diez años mayor: una en la pantalla y otra en la platea de la matinée. Pero tengo mis dudas al respecto.

Es que la cosa pilosa no se cortaba con el filo de yilet de la pantalla, ni con la navaja generacional, ya que poco después tampoco se depilaba la increíble Silvana Mangano en Arroz amargo para andar con el agua a la rodilla y los pies en el barro del Po; ni se podaba la bersagliera Gina Lollobrigida en Pan, amor y fantasía, ni mucho menos mezquinaba pelos la primitiva Sofia Loren antes de que –entregada por Carlo Ponti– los yanquis le pusieron un ph. Y esas salvajes tanitas de la pantalla neorrealista del primer tramo de los ’50 –que le hicieron la cabeza literalmente a medio mundo– estaban más cerca obviamente de las minas reales que andaban por la cocina de casa –mi vieja era de ascendencia tana– o por las calles pueblerinas que yo conocía desde la vereda o que espiaba de a franjas en la arena de Necochea, que de las oxigenadas y multiproducidas Lana Turner o Dorothy Malone del cinemascope. Marilyn –seguramente– ya sería otra cosa.

Por otro lado, la bruta y explícita maja goyesca –tan gallega—, la sudorosa Libertad que saca pecho y guía al pueblo según Delacroix, y las bellas y distendidas amigas de Modigliani, por ejemplo, nunca necesitaron sacarse puntualmente los pelos para posar una vez y entrar en los museos para siempre. Y tampoco nadie puso una curita negra ahí.

Quiero decir, volviendo a Rita, a mi mamá y pasando por la Mangano, que en aquel momento esos hoy demonizados pelos axilares que asomaban con naturalidad en las damas con vestido, avalados o no por el cine, también podían tirar con eficacia –a comparación de los otros, los clásicos que, sabemos, bien pueden a una yunta de bueyes– o al menos no inhibían ni mucho menos el trabajo a destajo de la libido protoadolescente.

En fin... En un mundo como aquél, de reprimida clase media, que diferenciaba absolutamente los modos y circunstancias de exhibición pública y privada de un cuerpo segmentado mucho más analíticamente que ahora, los bellos vellos funcionaban al revés de hoy, o sea, eran sobre todo pelos en un pliegue femenino, el único recoveco accesible a la mirada y en grado aun restringido. El pensamiento analógico hacía el resto. Bah, digo yo.

Y para terminar con el tema de los vestidos que nos gusta ver en primavera con sus piernas y demás dentro –y con devoto respeto y admiración–, a las mujeres sólo les pedimos que hagan lo que quieran con sus gambas –dilapiden o no fortunas en depilaciones más o menos exhaustivas–, pero no nos priven de una de las pocas cosas lindas que suele traer con seguridad la cercanía del fin de año.

Gracias.

 

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-136182-2009-11-30.html

 

Stendhal

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Respuesta: La ropa de ellas que me calienta...

 

Un texto de Sasturain a propósito de vestidos (y de pelos)...

 

De los pelos

Por Juan Sasturain

 

A los hombres nos gustan los vestidos. Quiero decir: a los hombres nos gusta que las mujeres se pongan vestido. A muchos, al menos. Entendámonos, sobre todo ahora, con la primavera, el calor y el veranito que se viene, no hay nada más hermoso de ver que el ir y venir de una mina con un vestidito liviano, de esos de tela suave y moldeadora, que cae sin apretar, recuerda qué hay debajo, suelto y cómodo. Se lo digo, lo experimento con mi mujer. Es así. Un cruce de gambas con vestido y sin medias justifica todas las lluvias hinchapelotas de la primavera, y la leve transpiración en el cuello debajo de un vestido escotado con botoncitos, aunque sea a principios de diciembre, nos salva el año.

Claro que cuando uno formula estas verdades del sentimiento, puras y desinteresadas más allá de sí mismas, como la sed o el hambre de justicia, se le cruzan objeciones pragmáticas y de dudosa comprensión. Nunca hemos aceptado del todo la apropiación femenina del pantalón, los pretextos de comodidad y practicidad, hasta que –con sinceridad o sin ella– aparece, junto con otros argumentos que se esgrimen contra el sexismo de nuestro planteo, el tema de los pelos. Los pelos femeninos –no la cabellera, claro– como problema a resolver a la hora de determinar qué parte del cuerpo ha de estar expuesta al aire libre o recatada a la cobertura indumentaria. Esa parecer ser la cuestión. Una boludez, si se nos permite, masculina, prejuiciosamente hablando.

Al respecto, recuerdo con gusto una nota escrita hace años en que reflexionaba a pedido sobre un tema acaso poco fashion, pero muy pertinente, contiguo, tangente en este caso, que plantea cuestiones similares en un grado incluso más aparatoso: el vello axilar. Y según creo recordar, partía para reflexionar de un momento –los años de mi primera infancia: fin de los ’40, comienzo de los ’50– en que no se habían popularizado aún los pantalones entre las mujeres y la primitiva yilet ejercía –aún tímidamente– el liderazgo, por no decir el monopolio absoluto, entre los recursos taladores de vello para las chicas ensombrecidas. Pero el uso no estaba tan generalizado como puede suponerse.

Recuerdo que en esa nota apuntaba que –según mi mirada infantil– “las dos estaban buenas, pero Rita Hayworth se afeitaba las axilas y mi mamá, no”. Ese recuerdo puntual no fue algo tan difícil de verificar. El dato de Rita lo tengo, lo tenemos todos, por el baile demoledor de Gilda, que termina con el sopapo del boludo de Glenn Ford en un improbable club nocturno porteño hacia mediados de los ’40; ahí ella, cantando mal –pero, ¿quién la oía?–, levantaba los purísimos brazos sobre la cabeza mientras se sacaba los interminables guantes y agitaba la melena pelirroja, pese al blanco y negro. Una cosa infernal. El dato de mi mamá lo tengo de innumerables experiencias en vivo para la misma época que no pienso referir. Se puede argumentar que no son términos de comparación una terrible y frágil yegua de Hollywood y una linda mamá de clase media argentina diez años mayor: una en la pantalla y otra en la platea de la matinée. Pero tengo mis dudas al respecto.

Es que la cosa pilosa no se cortaba con el filo de yilet de la pantalla, ni con la navaja generacional, ya que poco después tampoco se depilaba la increíble Silvana Mangano en Arroz amargo para andar con el agua a la rodilla y los pies en el barro del Po; ni se podaba la bersagliera Gina Lollobrigida en Pan, amor y fantasía, ni mucho menos mezquinaba pelos la primitiva Sofia Loren antes de que –entregada por Carlo Ponti– los yanquis le pusieron un ph. Y esas salvajes tanitas de la pantalla neorrealista del primer tramo de los ’50 –que le hicieron la cabeza literalmente a medio mundo– estaban más cerca obviamente de las minas reales que andaban por la cocina de casa –mi vieja era de ascendencia tana– o por las calles pueblerinas que yo conocía desde la vereda o que espiaba de a franjas en la arena de Necochea, que de las oxigenadas y multiproducidas Lana Turner o Dorothy Malone del cinemascope. Marilyn –seguramente– ya sería otra cosa.

Por otro lado, la bruta y explícita maja goyesca –tan gallega—, la sudorosa Libertad que saca pecho y guía al pueblo según Delacroix, y las bellas y distendidas amigas de Modigliani, por ejemplo, nunca necesitaron sacarse puntualmente los pelos para posar una vez y entrar en los museos para siempre. Y tampoco nadie puso una curita negra ahí.

Quiero decir, volviendo a Rita, a mi mamá y pasando por la Mangano, que en aquel momento esos hoy demonizados pelos axilares que asomaban con naturalidad en las damas con vestido, avalados o no por el cine, también podían tirar con eficacia –a comparación de los otros, los clásicos que, sabemos, bien pueden a una yunta de bueyes– o al menos no inhibían ni mucho menos el trabajo a destajo de la libido protoadolescente.

En fin... En un mundo como aquél, de reprimida clase media, que diferenciaba absolutamente los modos y circunstancias de exhibición pública y privada de un cuerpo segmentado mucho más analíticamente que ahora, los bellos vellos funcionaban al revés de hoy, o sea, eran sobre todo pelos en un pliegue femenino, el único recoveco accesible a la mirada y en grado aun restringido. El pensamiento analógico hacía el resto. Bah, digo yo.

Y para terminar con el tema de los vestidos que nos gusta ver en primavera con sus piernas y demás dentro –y con devoto respeto y admiración–, a las mujeres sólo les pedimos que hagan lo que quieran con sus gambas –dilapiden o no fortunas en depilaciones más o menos exhaustivas–, pero no nos priven de una de las pocas cosas lindas que suele traer con seguridad la cercanía del fin de año.

Gracias.

 

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-136182-2009-11-30.html

 

Stendhal

 

 

no me agradan los pelos, pero tampoco los tatuajes...me recuerdan a Popeye...

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Guest
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  • Actividad relevante

    •  Hola, como andan? Yo de maravilla, hace unos días vi un estado de Anto en donde avisaba que tenia lugar libre después del mediodía, le escribí para pedirle un turno, a lo cual ella me ofreció un trio con su amiga Cielo (60mil cada una) por media hora, me dijo que la iba a pasar bomba asi que me decidir ir a visitarlas. Ya conocía a Anto, pero a su amiga no porque hace poco empezó a hacer encuentros y no publica.

       Bueno me atendieron en un dpto. bastante conocido de cierta mujer carioca (calculo que todos lo hemos visitado alguna vez kjjj), pasé al baño a higienizarme y cuando entro en la habitación estaba Cielo en la cama, tapada y Anto al lado de la estufa, un día muy frío la verdad, pero ideal para hacer un trío por la tarde. Bien, Cielo es de la misma estatura que Anto pero de piel trigueña, pelo castaño, pechos naturales y una hermosa cola, me hizo acordar un poco a una amiga que yo tenia :#

       Todos a la cama, empezamos con unos besos de a tres, luego se fueron turnando con una nos besábamos y otra me la chupaba, las dos besan re bien. Luego Anto se me sube a cabalgar y a Cielo le pedí si se podía sentar arriba se mi cara lo cual accedió. Después le pedí a Anto que se ponga en cuatro, Cielo se sube arriba de ella asi nos seguíamos besando entre ella y yo, después repetimos pero esta vez cambiando de pose. Cambio, me voy con Cielo pero esta vez quería estar un ratito mas con ella, se puso en cuatro, la abrazo y empezamos a coger bien riki mientras le besaba el cuello... Después la pongo en el borde de la cama y le seguí dando asi hasta que se acercaba la media hora. Para finalizar, pajita y largue todo el néctar en las tetas a Cielo.

       

       El ultimo trio que hice fue con Maia y Belu pero hace unos años, volver a hacer uno fue otra sensación. La dos me liquidaron por completo, además se llevan re bien se ve que hacen buen equipo, y ni hablar sobre los gemidos, los mas lindos que escuche hasta ahora. En fin, una experiencia cortita pero que valió cada minuto, volveré algún día cuando esté por la ciudad. Saludos!

       

      Total gift: $120 000

      https://elnocturno.com/escorts-mar-del-plata/antonella.html

       

    • Hola colega! A Gala yo la conocí hace unos meses y me parece muy copada y recomendable! Buena herramienta,súper versátil!

    • hace 15 horas, Fran360 dijo:

      estimado, si me manda priv le cuento, pero lamentablemente tuve una muy mala experiencia utilizando el foro, una escort me amenazo xq es usuaria fake claramente, lo debe utilizar para autobombo y demas, pero averiguo quiern era por la exp justamente. 

      Amenazarte es poco, habria que cagarte a tiros culiau!!!

      Y coincido con la mayoría, las mujeres no son lo tuyo, probá con travestis!!!!

    • hace 15 horas, Fran360 dijo:

      estimado, si me manda priv le cuento, pero lamentablemente tuve una muy mala experiencia utilizando el foro, una escort me amenazo xq es usuaria fake claramente, lo debe utilizar para autobombo y demas, pero averiguo quiern era por la exp justamente. 

       

      ES SABIDO POR TODOS QUE LOS QUE TIENEN MALAS XP SE LA COMEN


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