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¡Hasta siempre, señor árbitro! Roberto Fontanarrosa


Stendhal

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¡Hasta siempre, señor árbitro!

 

Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15 de

enero de 1988 al Duisburg Stadium de Oberhausen

no pudieron dejar de apreciar que entre los

protagonistas del espectáculo había significativas ausencias.

 

Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr 214

no alistara entre sus filas a Hans "Caperucita"

Gfrörer, o bien que entre los fervorosos

"barqueros" del Postfach no estuviese Fritz, "El

talabartero" Kiepenheuer. Lisa y llanamente, lo

que brillaba por su ausencia aquella tarde en el

Duisburg Stadium era el público, dado que, la

"Effektivaterien Ballönem Helveticen" había

anunciado el match como una prueba piloto de un

nuevo sistema de "referato a distancia".

Efectivamente, a escasos cien metros del coqueto

estadio de Oberhausen, los concurrentes podían

advertir una misteriosa construcción de cemento,

de forma tubular, que alcanzaba la respetable altura de 75 metros.

 

Esta torre no representaba ventaja alguna, y más

podía confundirse con un monumento moderno, o con

alguna reminiscencia emblemática de la

majestuosidad nazi que con lo que verdaderamente

era: la central computarizada de control desde

donde se dirigía el encuentro. Los curiosos

asistentes al match tampoco podían adivinar que,

bajo sus pies, una intrincada maraña de cables,

sensores electrónicos, filamento inalámbricos y

terminales computadorizadas, unían el estadio

propiamente dicho con la torre de referato.

 

Dentro de la torre, a una altura de 50 metros

sobre el nivel del piso, se encuentra la nave

central, a la cual se accede mediante el servicio

de tres elevadores, uno para el árbitro y los

restantes para ambos jueces de línea.

Quien entra allí, a ese vasto recinto privado de

luz natural y arrullado por el permanente

murmullo de los acondicionadores de aire, podrá

pensar que se halla en alguna de las centrales de

control de vuelo de la NASA, o bien que ha caído

en el vientre mismo del Nautilius, el legendario sumergible del capitán Nemo.

 

Ciento veintisiete pantallas de televisión,

prolijamente alineadas, emiten su mensaje, desde

las paredes levemente curvadas del salón. En

frente de ellas, en medio de ellas, tres hombres,

tres profesionales del difícil arte del referato

futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo

detalle de cuanto ocurre sobre el campo de juego.

Allí, alejados de la gritería ensordecedora de la

turbamulta, ajenos a la indudable presión que

configura el hostigamiento de los partidarios,

los colegiados pueden dirigir, asépticamente, el encuentro.

 

El sistema, costoso hasta el momento, simplifica

notablemente la tarea del árbitro y ha reducido

en forma sensible los disturbios en los campos de

juego. El juez, fría su mente, gozando del

privilegio de beber su marca de cerveza preferida

en tanto vigila a los 22 jugadores, cuenta,

entonces, con la inestimable ayuda de mil ojos

electrónicos, que complementan los suyos.

En cuanto detecta una infracción, oprime un botón

y un silbato estridente se escucha a unos cien

metros más allá, en todo el estadio. Si la jugada

no ha sido clara o si la infracción es dudosa, el

colegiado cuenta con otro valioso recurso para

calmar y convencer, en forma palmaria, al bando

que se considera perjudicado: con otro simple

botón desplegará sobre las dos inmensas pantallas

electrónicas colocadas en ambas cabeceras del

estadio, la escena repetida, con detención de

imagen y ampliación de los ángulos necesarios

para refrendar con sólidas razones la penalidad adoptada.

 

Cualquiera podría suponer que esa maniobra

requeriría dos o tres minutos en concretarse, con

el consiguiente retraso y ruptura del ritmo del partido.

Pero no es así, ya que la memoria computarizada

seleccionará entre los centenares de enfoques de

la misma acción, las cuatro o cinco que considera

más gráficas y contundentes, brindando al juez,

en una fracción de segundo, la posibilidad de

poner frente al público las que juzgue más

válidas. Todo esto, sin que la máxima autoridad

del match sufra el reproche de los jugadores ni sus estentóreos reclamos.

 

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Más simple aun, para le nuevo sistema de

referato, es eliminar cuanta duda pueda

presentarse respecto de balones fuera de juego,

balones ingresados o no tras la línea de la

portería o bien, incluso, ante la siempre

controvertida "Ley del Offside". Un sistema

televisivo tipo "Fotochart" turfístico, elimina

cualquier clase de duda, ya que le ojo eléctrico

que patrulla la línea del último defensor

captará, precisará y denunciará a quien reciba el balón en posición prohibida.

 

En los casos de un discutido hand, por ejemplo,

donde ni siquiera la visión televisiva puede

dictaminar en un ciento por ciento el contacto

del balón con la mano del defensor, también la

insospechable computación vendrá en auxilio del

señor árbitro, puesto que las pantallas mostrarán

la acción, agregando un luminoso pespunte verde.

Nilo de coordenadas y flechas indicatorias que

avalan la posibilidad o la imposibilidad, de que

dicho contacto haya tenido lugar.

 

De cualquier manera, el revolucionario sistema,

llamado provisoriamente A.U.P. (Arbipeissal Und

Perspecktiven) admite también el encanto de la

controversia. Nadie puede negar el importante

condimento que significa para el partidario del

fútbol la discusión en la oficina, durante toda

la semana, sobre si tal o cual fallo estuvo

acertadamente tomado. Y no puede tampoco,

quitársele al aficionado común la posibilidad de

exorcizar sus frustraciones y represiones

domésticas, denostando la figura del colegiado.

Así ha sido siempre y lo seguirá siendo, aunque

en menor medida con el nuevo sistema, que también

deja, sabiamente, resquicios para la discusión.

 

En algunos casos, muy puntuales, el poder de

decisión quedará en manos del clásico y consabido

criterio personal del árbitro. Allí, como siempre

la falibilidad humana seguirá alimentando el

intercambio de opiniones. Se dará, por ejemplo,

con la inefable "Ley de la ventaja". No habrá

computadora, entonces, que ayude a dictaminar a

su referí si tal o cual jugador cometió una

infracción adrede o sin quererlo, como tampoco

contará el árbitro con ayuda tecnológica para

decidir si el delantero que se proyectaba solo

hacia el gol ha de caer definitivamente o podrá

continuar con su carrera, luego del golpe que intentara derribarlo.

 

La misma incógnita deberá enfrentar el colegiado

cuando deba determinar, sin respaldo científico

alguno, cuándo una "mano" dentro del área, es

intencional o casual, ya que no hay todavía, por

fortuna, computadora alguna que esté conectada

con el cerebro mismo de los futbolistas. Se

podrán repetir, entonces, protestas o abucheos

del público, pero ya nunca de la magnitud de la

ocurrida en torno al recordado árbitro internacional belga, Henri Degrelle.

 

Justamente en virtud de este suceso, la FIFA

aceleró los estudios y puesta en práctica del

sistema A.U.P. De todos modos, ese grado de

controversia, ese resquicio de humana posibilidad

de error ha sido minuciosamente estudiado por los

sicólogos que trabajaron en el proyecto para no

revestir al más popular de los deportes de un

halo tecnocrático que le reste espontaneísmo y

creatividad. Así será, entonces, que los

seguidores partidarios de los conjuntos podrán

continuar exteriorizando sus quejas como siempre,

como en todas las épocas, a pesar de que, también

en ese orden, se han detectado indicios inquietantes.

 

En efecto, desde el 17 de junio último, un

adelanto significativo se puso de manifiesto en

el campo de la protesta partidaria, en ocasión de

llevarse a cabo el clásico encuentro entre el

Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia de Grecia.

Tras un discutido fallo del colegiado sueco

Gustavo Skelleftea, un proyectil misilístico del

tipo M-L7, versión soviética de segunda

generación, impactó y redujo a polvo la torre de

control de referato. Se piensa que el proyectil

fue accionado por un fanático del Astipalaia,

mediante un propulsor personal, desde atrás del

arco norte del estadio, distante casi unos 250

metros de la sólida construcción tubular, aún hoy

hecha escombros. "Ellos también han progresado

mucho", sólo atinó a decir Gerd Walde, titular

del Consejo Arbitral Germano y propulsor del

sistema A.U.P., a título de conformista comentario.

 

 

Roberto Fontanarrosa

Publicado en el libro El mayor de mis defectos,

Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1990.

© Copyright 1999/2001 - Ediciones de la Flor S.R.L.

 

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