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Una caminata en la montaña


Shoam

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En una subida a la montaña, un verano al mediodía.

Con mis amigos íbamos caminando hacia arriba por la picada o sendero del bosque. En el camino, en medio del bosque, nos encontramos a dos chicas. Tenían más o menos mi edad, de cuando yo estaba en la mitad de mis veintes, ya hace un rato. Estaban con la parte de arriba de la bikini, ya que era un día de calorcito, y pantaloncitos cortos. Divinasssss. Como siempre pasa con los turistas, las chicas estaban cansadas, creyeron que les sería más fácil de lo que realmente es y nos preguntaron: “¿falta muchoooo?” Y si, la verdad, faltaba un rato de caminata. “¡Ay, no podemos más!” ¿Queda mucha subida? Y, si, quedaba mucha subida. Así que nos ofrecimos a llevarles algunas cosas de las mochilas de ellas como para aligerarles la caminata. Además de darle los consejos de siempre para quienes no tienen idea de esto de caminar en la montaña. Ellas, RE-súper agradecidas. Ni me imaginé en ese momento que esa simple acción me hubiera convertido en héroe y macho total… caminamos, conversamos, mucha confianza y nos hicimos amiguitos enseguida. Llegamos al refugio y les expliqué como funciona todo, donde se duerme, donde se deja la mochila y las llevé a caminar por ahí cerca, les muestro los glaciares y todo eso. Supuestamente, yo tenía que bajar ese mismo día porque al día siguiente tenía que trabajar, pero decidí que no importaba lo que pasara con mi trabajo de informante en la Secretaría de Turismo, ya tendría tiempo para lidiar con eso más adelante.

Mis amigos, con los que llegué y con los que me iba de vuelta a la ciudad, sí se fueron y quedaron en avisar que yo me accidenté en la subida. Como para que no me hagan tanto quilombo por la falta sin aviso. Además, como eran épocas en las que había muy pocos teléfonos, no me podían llamar. Ni me imaginaba como iba a valer la pena mi faltazo.

La noche cayó y comimos, conversamos y nos fuimos a dormir.

Para aquellos que nunca visitaron un refugio, les cuento que el lugar donde se duerme es una larga tira de colchones uno al lado del otro. Ahí se acomoda la bolsa de dormir, si hay mucha gente, tenés desconocidos o desconocidas al lado. Nos ubicamos en un rincón y las velas se fueron apagando. Esa tarde, mientras mirábamos el glaciar sentados en las rocas, una de ellas me hizo Masajes. Por eso, a la noche, mientras nos dormíamos, me pidió que se los hiciera a ella. Le hice Masajes a una. Cuando ya termine, la otra me dice: “y a mi, ¿no me hacés?” Me paso para el otro lado –mi bolsa estaba entremedio de las de ellas- y le hago. Para ese entonces, las velas se habían apagado casi todas, estábamos en la oscuridad pero rodeados de otros que supuestamente dormían en sus bolsas.

Ese segundo masaje empezó a explorar zonas de alta sensibilidad amparados en la oscuridad. Hubo algún suspiro que me animó a seguir y lo que era masaje se hizo caricia, roce de cuerpos, besos. En nuestro desesperado rodar tocamos a la otra, la amiga que supuestamente se había dormido. Ella dijo algo así como “¡hey!”, hubo una pequeña conversación y le puse la mano en la cabeza con suavidad, como para ver si me la sacaba o qué. No me la sacó y nuevamente fueron convirtiéndose en caricias que de la cabeza pasaron a la espalda, la panza, las piernas y a todas esas zonas húmedas, tibias y eréctiles, con piel de gallina.

Y si, llegó el momento tan soñado y tan sorpresivo, uno nunca sabe cuándo es que se te va a dar. Apretando con las dos, manoseando a las dos, chupando y que te chupen con cuatro pezones todos para mi. Un dedo metido en cada una o una lengua en mí, otra en ella.

Lo único que no supe y claro, tampoco vi, fue si entre ellas pasó algo, algún roce, un beso o una caricia. Lástima bandoneón.

Hubo un instante en que una me chupaba y la otra me humedecía el cuello, en que me agarré la cabeza y me dije “¿estaré soñando?”

La amiga que se había sumado, se durmió y nosotros nos quedamos conversando. Al ratito nos dieron ganas de nuevo y nos fuimos abajo, al baño. Llevamos la linterna y ahí si nos vimos mejor las caras y las pieles. La de ella estaba muy pero muy bien.

Me quedé con la impresión que fue la primera vez para ellas y entre ellas.

Al día siguiente bajamos en tren de joda y muchísima confianza, pero nada de lo que había pasado esa noche en ese refugio se volvió a dar.

Los demás huéspedes del refugio estaban ahí, a pocos metros. Quien sabe que habrán oído, que habrán pensado. De todas maneras, a mí ya me había pasado alguna otra vez en esa misma situación, que escuché a alguna pareja cogiendo en la oscuridad. Lo que ellos, los que podrían haber oído todo, no sabían era que no se trataba de una pareja. Esa situación de ilegalidad o de “no se hace”, le da una fuerza increíble a la situación.

Las chicas se quedaron después, una noche en mi pequeño departamento, pero solamente una quiso conmigo, creo que era la que había cantado de movida. Nos volvimos a ver unas pocas veces, pero nada de aquello que paso se volvió a nombrar entre los tres. A los pocos días se fueron de vuelta a su ciudad de residencia.

En el laburo, como era la municipalidad y es realmente un quilombo, nadie se dio cuenta de que ese día yo tenía que trabajar.

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Respuesta: Una caminata en la montaña

 

que buena historia, por que nunca me pasan esas cosas? siempre en el lugar equivocado en el momento equivocado, lo mas cercano a esa historia es una mala noche de frio en un refugio del lanin, con 3 noruegos q no paraban de roncar y el olor a pedo de mis amigos consecuencia de los guisos... jaja.

te felicito!

El remordimiento es como la mordedura de un perro en una piedra: una tontería.

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