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Heterosexualidad, homofobia y heteronormatividad


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HETEROSEXUALIDAD, HOMOFOBIA Y HETERONORMATIVIDAD

 

Por Felipe Rivas

“La primera Ola del movimiento Homosexual surgida en Alemania a fines del siglo XIX, fue aplastada por completo bajo el régimen de Hitler. Se estima que alrededor de 600 mil personas homosexuales murieron en los campos de concentración nazis. Sin embargo, la historia no ha dado cuenta de manera suficiente de este horrendo genocidio. Según informes del MUMS, desde el año 2002 en Chile, cerca de 45 personas han sido asesinadas debido a su orientación sexual. En los liceos chilenos, chicas lesbianas han denunciado ser objeto de persecución por parte de autoridades e inspectores que las mantienen bajo fuerte vigilancia, además de ser denunciadas como lesbianas a sus padres. Muchas han sido expulsadas de sus liceos. El espacio familiar y escolar se ha convertido en los lugares de mayor peligro para jóvenes lesbianas, gays y trans. En Buenos Aires, el año pasado, el asesinato de una travesti fue objeto de gran indignación internacional, luego de que las imágenes de su cuerpo mutilado y ensangrentado sobre el pavimento, dieran la vuelta al mundo. Las travestis que ejercen la prostitución callejera son uno de los grupos más vulnerables a la violencia social. En mayo de 2005, la Corte Suprema de Chile, decidió quitar la tuición de sus hijas a Karen Atala, argumentando que al declarar públicamente su lesbianismo y convivir con otra mujer, había puesto primero sus intereses personales, por sobre los de sus hijas. Karen Atala, al no encontrar justicia al interior de las instituciones nacionales, ha debido recurrir a instancias internacionales y el caso tiene a Chile al borde de ser sancionado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En toda la historia educacional de Chile, hasta mediados de 2003, no se tiene registro de ninguna travesti que haya ingresado a la Universidad. Recién ese año, Bianca Bustos, activista trans chilena, logró ingresar a estudiar Derecho en la Universidad Arcis ; problemas económicos y personales, la obligaron a dejar la Universidad un año después. En EEUU, se estima que cerca del 50% de los jóvenes indigentes, pertenecen a la población lesbiana, gay, travesti o transgénero. Las constantes y sistemáticas situaciones de discriminación que sufren los y las jóvenes lesbianas, gays y trans, en el ámbito educacional, familiar y social, afectan tanto su acceso, permanencia y rendimiento en el sistema educativo, junto con sus posibilidades y perspectivas de vida. A pesar de que los casos de expulsión homofóbica han sido conocidos públicamente por los medios de comunicación, ningún sector social, ni siquiera los grupos más progresistas del movimiento estudiantil nacional, han logrado asumir que las variables socioeconómicas no son los únicos elementos que intervienen en el acceso y permanencia de las personas en las instituciones de educación.

 

Pero, ¿por qué tanto odio? A veces, la urgencia de contrarrestar esas situaciones de vulneración y violencia, impiden buscar las respuestas a ciertas preguntas fundamentales: ¿cómo es que el Occidente moderno ha puesto tanto énfasis en controlar, violar, excluir, golpear, dejar sin derechos, criminalizar desde el Estado, aplicar tratamientos, patologizar, estudiar, intervenir quirúrgicamente y estereotipar a las personas que establecen relaciones afectivas y sexuales con otras de su mismo SEXO (homosexuales y lesbianas), a las que nacen con órganos genitales que no pueden ser distinguidos como masculinos o femeninos (intersexuales) y a las personas que desean o han optado cambiar su SEXO o su género (transexuales y transgéneros)? ¿Por qué si en otras épocas y lugares la manera en que se aprecia o apreció la sexualidad y afectividad entre personas del mismo sexo ha pasado desde la indiferencia hasta la exaltación, aquí y ahora eso constituye uno de los grados más altos de indignidad personal? ¿Cómo es que el sexo reproductivo y la afectividad entre personas de distinto sexo, es decir, la “heterosexualidad”, ha llegado a ser considerado como la Norma Social , con la consecuente exclusión de todas las otras formas de expresión del sexo, la afectividad, el deseo y el placer?

 

Genealogía de la Heterosexualidad

 

La palabra “heterosexual” tiene una genealogía extraña y contradictoria. Interesantes estudios, han cifrado su surgimiento en 1892, en una revista científica de medicina. En un sentido absolutamente distinto al que se tiene en la actualidad, el término significó originalmente una patología definida como: “la atracción sexual patológica por ambos sexos”. Posteriormente fue empleado para designar “la atracción sexual excesiva y mórbida por el sexo opuesto”. Y recién en 1934, la palabra se utilizó en su significado actual, esto es: “pasión sexual por alguien del sexo opuesto; o sexualidad normal”.

 

El establishment médico, influenciado hacia fines del siglo XIX y principios del XX por el pensamiento de Krafft-Ebing y Freud, clamó por su hegemonía sobre los asuntos sexuales, por sobre cualquier otra disciplina del saber, como el de la Iglesia o la filosofía. Así, la discusión sobre el sexo se transformó desde lo relativo a lo “natural” y lo “moral” propio del periodo de hegemonía teológico, a lo que era considerable a partir de las ideas de “normal” o “sano” propios de la nueva hegemonía científica.

 

Jonathan Katz, en su libro “El origen de la Heterosexualidad”, señala que es en las décadas posteriores a los años treinta, que el concepto de “heterosexual” se comienza a validar en los medios de comunicación masivos, como el término que significa a la “sexualidad normal”.

 

Según Foucault, el siglo XIX trajo consigo una intensificación de los discursos sobre el sexo, en el marco de las incipientes ciencias sobre el ser humano. La psicología, la psiquiatría, ciertas ramas nuevas de la medicina y parte de las nuevas ciencias sociales, se abocarían a medir, cartografiar, catalogar, investigar, examinar e interrogar a los seres humanos, a sus cuerpos, sus prácticas y sus mentes, para encontrar la “verdad sobre su sexo”. La novedosa idea de “orientación sexual”, entendida ahora como una manifestación interna de los seres humanos, inmanente e inherente a ellos y a través de la cual podían explicarse diferentes aspectos de la personalidad del sujeto, propuso una nueva forma de entender el sexo y el deseo.

 

En este momento surge el “homosexual”, como un nuevo personaje del siglo XIX. Antes, la idea de sodomía cristiana, apenas había logrado conceptualizar aquello como una práctica, un simple acto que cualquiera podía cometer si se dejaba llevar por el desenfreno erótico y se alejaba de los límites de la sexualidad aceptada, como lo era la sexualidad reproductiva, al interior del matrimonio. Esto hizo que el término “sodomía”, implicara durante muchos años, no sólo las relaciones sexuales entre hombres, sino todos los actos sexuales que no tenían por fin la reproducción.

 

Nombrar para patologizar, controlar y reprimir. Así se puede resumir la sentencia foucaultiana de este singular proceso de emergencia de las “orientaciones sexuales” a fines del 19. Sin embargo, parece muy extraño cómo en este proceso también la “norma” adquiere un nombre propio. Y parece extraño, porque a pesar que el binomio “heterosexual/homosexual” pudiera a simple vista ser pensado como la expresión equivalente de dos formas de la sexualidad, diferentes pero igualmente valoradas, lo cierto es que la heterosexualidad no ha sido nunca planteada como un equivalente de la homosexualidad, aún cuando su expresión lingüística exprese una fingida neutralidad. Y parece extraño también porque en realidad lo “normal” o lo “natural” nunca ha requerido un nombre propio, sobretodo en el momento que ambos (normal y natural) se han superpuesto estratégicamente a la compleja idea de “lo universal”. Hablar de heterosexualidad-homosexualidad, como lo hizo la medicina y la psiquiatría, invisibiliza la relación verdadera que existe entre ambos términos. La Heterosexualidad es lo que se piensa general, normal, natural y universal, hegemónicamente construido. La homosexualidad es lo otro, lo enfermo, lo anormal, lo particular.

 

La heterosexualidad no es sólo una forma posible de la sexualidad. Lo cierto es que la Heterosexualidad es la Norma. Antes de ser denominada como tal, lo que la heterosexualidad ha pretendido significar, ya era entendido como lo normal, lo sano, pero también como lo moral y lo natural. En realidad, cuestiones como natural, sano, moral y normal se superponen a la hora de justificar la supremacía de la heterosexualidad por sobre todas las otras formas de expresión del deseo y la identidad sexual de los seres humanos. Sin lugar a dudas, la idea de sexo relegado a la reproducción y penalización de las prácticas no reproductivas, sindicadas como sodomía por la teología medieval, se superpuso pero a la vez se transformó en una nueva forma de poder a la luz de las nuevas prácticas de las ciencias médicas.

 

La heterosexualidad como la Norma, o más bien la Heteronorma, ha sido teorizada desde los sectores del feminismo y la crítica queer e implica no sólo la supremacía de la heterosexualidad sobre las otras sexualidades, sino una serie de cuestiones anexas que se interrelacionan de manera directa y compleja a esta supremacía heterosexual. Monique Wittig definió la heterosexualidad ya no como una sexualidad particular sino como un régimen político. Un régimen que administra los cuerpos, sus usos, caracteriza ciertas zonas de éste como “órganos sexuales”, encasilla en un sexo determinado, otorga un género correspondiente y normaliza el deseo respectivo.

 

“El pensamiento heterosexual –señala Wittig- no puede concebir una cultura, una sociedad donde la heterosexualidad no ordene no sólo todas las relaciones humanas, sino también la misma producción de conceptos e inclusive los procesos que escapan a la conciencia… los discursos de la heterosexualidad nos oprimen en el sentido que no nos dejan hablar a menos que hablemos en sus términos… Hombre y Mujer son conceptos políticos de oposición… esto significa que para nosotras y nosotros ya no puede haber mujeres y hombres, y que como clases y categorías de pensamiento o lenguajes tienen que desaparecer política, económica e ideológicamente.”

 

Si bien Wittig mantiene el término “Heterosexualidad”, modifica radicalmente su significado, resemantizándolo y aproximándose a lo que posteriormente será definido como “Heteronormatividad”.

 

La heteronormatividad, por tanto es un régimen político que funciona a través de distintos mecanismos de poder represivos pero sobretodo productivos, para controlar nuestros cuerpos. Sólo dentro de la matriz heteronormativa adquieren coherencia e inteligibilidad los cuerpos en cuanto cuerpos sexuados, limitados al binomio hombre-mujer. Sólo esas dos categorías han sido estructuradas como las categorías posibles para definir el sexo, a partir principalmente de criterios anatómico-estéticos. Cuando una persona nace, inmediatamente operan estos procesos de adecuación a una de las categorías disponibles: ¿es niño o niña?. El cuerpo, fragmentado en órganos, será a su vez jerarquizado a tal punto que sólo un cierto tipo de zonas (los denominados “órganos sexuales”), con independencia de cualquier otro criterio, nos dirá la verdad del sujeto. Es una niña. A partir de criterios estéticos y anatómicos, se elaborará una simple frase, pero con consecuencias tremendas para la vida de las personas.

 

Cuando una persona nace y no es posible a partir del examen estético asignarla a una de estas dos categorías, esto es, a las personas intersexuales o conocidas comúnmente como “hermafroditas” que poseen genitales que no se corresponden con las normas anatómicas, se le aplican una serie de tecnologías que tienen por finalidad la asignación del niño al sexo anatómico considerado “natural”. Las cirugías a la que son sometidos los niños y niñas intersexuales cuando nacen, lógicamente sin su consentimiento y la mayoría de las veces sin entregar toda la información a los padres, los dejan con secuelas permanentes, tales como cicatrices, imposibilidad reproductiva e incapacidad de experimentar placer genital. Las operaciones, lejos de lograr su objetivo, han generado un daño enorme en la vida de cientos de personas. El movimiento internacional de personas intersexuales, ha demandado la modificación de los protocolos médicos con el fin de eliminar las cirugías infantiles y esperar a que los niños tengan edad suficiente para decidir de manera informada lo que quieran hacer con su cuerpo.

 

Luego que la asignación del sexo anatómico ha sido satisfactoria, la diferencia sexual se estabiliza a través del pack cultural que acompaña a cada sexo. Esto, se ha conocido desde hace algunas décadas como “género” y consiste en resumidas cuentas en una serie de elementos que estructuran desde la manera de vestirse de las personas, hasta la forma de ser, sus gustos, su personalidad, sus expectativas de vida y por supuesto las relaciones de poder asimétricas que se dan entre ambos sexos.

 

Los dos términos del binomio “hombre masculino” y “mujer femenina” se entienden como opuestos y complementarios y están llamados a atraerse para constituir la institución de la “pareja” consagrada en el matrimonio, como la expresión máxima del amor. A esta atracción se le ha denominado “heterosexualidad” y se entiende al mismo tiempo y de maneras confusamente superpuestas como lo “natural”, normal, sano, moral, bueno, correcto, universal, etc. Instituciones tales como la familia y la escuela están diseñadas también para reproducir estos ideales normativos y detectar, mantener a raya y corregir cualquier posibilidad de desviación de las normas.

 

La heteronormatividad fija las prácticas sexuales en identidades sexuales esencializadas y ontológicas. Además, garantiza la estabilidad del sujeto heterosexual a partir de la exclusión radical del abyecto (lesbianas, maricones, tortilleras, travestis, transexuales, sadomasoquistas, etc.). Por lo tanto, la exclusión y desprecio por las sexualidades no normativizadas, común y erróneamente denominada “homofobia”, no corresponde a casos aislados de sujetos singulares, sino a una característica fundante del orden heterocentrado. La violencia, el odio, la exclusión, la invisibilización, el sometimiento a investigaciones e interrogatorios médicos y psiquiátricos y el menosprecio de las demandas, son parte constitutiva de la norma heterosexual. La homofobia, no debe ser entendida entonces como una “enfermedad” de ciertas personas singulares. La violencia no es “anormal” al sistema, sino el resultado mismo de actuar “en la norma”.

 

La función “metacultural” de la categoría de “heterosexualidad” ha imposibilitado el trabajo de la teoría, constituyéndose en algo “no tematizable”, ni posible de ser revisado bajo un análisis crítico. Es un hecho sintomático que las ciencias sociales no se hayan percatado aún que la Heterosexualidad no existió siempre de la manera que la entendemos hoy, (y esto no sólo es una cuestión terminológica), y que la manera de valorar las relaciones sexuales reproductivas, y la afectividad entre personas de distinto sexo no ha sido la misma a través de los siglos. La pregunta de “¿porqué nuestra cultura a diferencia de otras instituyó a la sexualidad reproductiva de tales características y a la vez excluyó con tal ferocidad las otras sexualidades? No es una pregunta posible de ser realizada, dentro de los límites de inteligibilidad de las ciencias actuales.

 

En cambio, las sexualidades que el sistema heteronormativo a la vez produjo como tales y luego excluyó del ámbito de la legitimidad, son objeto del más apasionado estudio por parte de las diferentes disciplinas del saber, con el fin de averiguar lo mayor posible sobre su verdad. Excluidas, discriminadas, exhibidas pero al mismo tiempo invisibilizadas y convertidas en objeto de estudio, las distintas expresiones del sexo, la afectividad y el deseo que no se corresponden con la norma heterosexual han sido impedidas de articular una voz propia. La mayoría de las veces en el contexto del interrogatorio médico, ha sido el único lugar donde se las ha podido escuchar, para responder a las preguntas compulsivas de la psiquiatría y la medicina. En el mejor de los casos han logrado organizarse, pero simplemente para pedir una cierta cantidad de derechos, reivindicaciones de mayor tolerancia e integración al mismo sistema que nos produjo y nos excluye.

 

Hoy, las tortilleras, los maricones, los y las trans, comienzan a articular un discurso propio, crítico, incipiente y aún precario, que va más allá de la simple demanda de derechos y reivindicaciones. Dejar de ser los objetos de estudio, para constituirnos en agentes de nuestro propio discurso, vale más que cualquier ley que se pueda aprobar. Y lo que empezamos a balbucear de maneras disonantes y entrecortadas, puede servirnos no sólo a nosotros, sino a toda la sociedad.

 

Termino con una cita de Pedro Lemebel:

 

“La loca deconstruye eso, la loca hace el quiebre, hace la fisura, se cuestiona, replantea, duda, ironiza (…) es como el cojo. El cojo cuando cojea, se sale de la fila y puede saber en qué está metido.”

 

http://www.cuds.cl/articulos/1jun07.htm

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