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Los Heroes de la Retirada


Ochentoso

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A fines de 1989, el pensador alemán Hans Enzensberger definió loa aparición de una nueva clase de héroes: “los héroes de la retirada”. La referencia a este texto esta en el reciente libro Anatomía de un instante, del español Javier Cercas. Dice así: “Según Enzensberger, frente al héroe clásico que es el héroe del triunfo y la conquista, las dictaduras del siglo XX han alumbrado el héroe moderno, que es el héroe de la renuncia, el derribo y el desmontaje; el primero es un idealista de principios nítidos e inamovibles; el segundo, un dudoso profesional del apaño y la negociación; el primero alcanza su plenitud imponiendo sus posiciones; el segundo, abandonándolas, socavándose a si mismo”. Enzensberger citaba tres ejemplos: Mijail Gorbachov, Wojciech jaruzelski y Adolfo Suárez, que habían: desmontado la Unión Soviética, impedido la invasión rusa a Polonia y terminado con el régimen franquista (respectivamente) pese a que los primeros dos habían sido –eran- comunistas y el tercero, un niño mimado de la dictadura española. El libro de Cercas, trata sobre el intento de golpe de Estado contra Suárez, ocurrido el 23 de Febrero de 1.980, y describe así a su “héroes de la retirada”:

“Suárez fue durante mucho tiempo un colaborador leal del franquismo y un prototipo perfecto del arribista que la corrupción institucionalizada del franquismo propicio”

O:

Un escalador del franquismo que había prosperado a fuerza de reverencias, un político oportunista, reaccionario, beatón, superficial y marrullero que encarnaba lo que yo mas detestaba de un país, y a quien mucho me temo identificaba con mi padre, suarista pertinaz”

Y, sin embargo, pese a todo eso, lo define como un héroe, El héroe de la retirada.

En 2005, el escrito Miguel Bonaso ordenó, en un programa de televisión, de mejor a peor, los gobiernos grandes de la democracia. Bonaso ubico primero a Kirchner y segundo a Duhalde.

Cuando debió explicarlo sonrió:

-Duhalde tuvo la elegancia de la retirada, dijo.

El héroe de la retirada, la elegancia de la retirada.

Por poco que hubiera sido, ese fue el ángel que tuvo la breve pero intensa presidencia de Eduardo Duhalde. Había señales alentadoras de cambio de época, de desmontaje. Si, hasta la caída de De la Rua, la dirigencia hacia un dogma de no afectar nunca el interés de un poderoso, en 2002 las cosas comenzaban a cambiar. Por gestión del hábil Ministro de Salud, Gines González García, se aprobó una Ley de Genéricos que defendía los intereses populares contra los de los laboratorios. Habían comenzado a imponerse retenciones a las exportaciones, una medida que afectaba a los sectores privilegiados por la devaluación. Y se le había declarado un default al Fondo Monetario Internacional (FMI), del cual el país había salido airoso, contra las advertencias de todos los popes neoliberales. Eso ocurría en un marco de extrema conflictividad durante el cual el Gobierno había puesto en marcha un masivo –y eficiente- plan de asistencia social. Con el correr de los meses, la inflación frenó y la economía empezó a crecer. Pese a que las aguas se habían calmado y a que podía derrotar fácilmente a Menem en una segunda vuelta, Duhalde entrego el poder. Y –algo que era importante para gran parte de la población- saco del tablero a Carlos Menem.

Por supuesto, fue un proceso que tuvo momentos muy discutibles como la pesificacion asimétrica, y otros que merecían la sanción social que tuvieron, como los asesinatos de Kosteki y Santillán.

Sin embargo eso no cambiaba el panorama general.

La transición había pacificado el país. Y había sido conducida por gente como Kirchner, con sus mismas complicidades, con su mismo pasado, con sus mismos zigzagueos: Héroes, o posibles héroes, de la retirada.

Por eso, quizá, se podía pensar que el propio Kirchner, tan parecido a los anteriores, continuaría esa tarea de restauración. Además, el Ministro de Economía, seguiria siendo Roberto Lavagna, el hombre clave en la incipiente recuperación que se había producido.

Sin demasiadas esperanzas, con los políticos de siempre con los héroes de la retirada, tal vez la Argentina podía darse un tiempo, por fin, para sanar sus heridas.

Ese concepto de Enzensberger –creo- explica muchas de las confusiones de estos años. Puede haber héroes de la retirada o héroes de la victoria o puede –suele ser lo mas común- no haber héroes. Los primeros pertenecieron al viejo régimen y los otros no. Unos son “dudosos profesionales del apaño y la negociación, los otros “idealistas de principios nítidos e inamovibles”.

Duhalde o Kirchner habían integrado el viejo régimen, el de la década del noventa, el de los políticos corruptos –para decirlo groseramente- que habían vendido el país.

Ninguno de los dos estaba en condiciones de ser un héroe de la victoria.

Pero les quedaba una alternativa más que digna.

Ser héroes de la retirada.

Los que desmontaran el régimen anterior.

El resto de los países latinoamericanos, los nuevos provenían de experiencias ajenas a la década del noventa: Hugo Chávez, Tabaré Vázquez, Lula, Evo Morales, Rafael Correa, cada uno con su estilo, no habían participado, ni ellos ni sus partidarios, del viejo régimen.

Kirchner y Duhalde, si.

Pero eso no quería decir, como lo había demostrado la transición duhaldista, que no pudieran conducir el país.

En realidad, era la única opción.

Los argentinos, sólo tenemos con suerte, este tipo de héroes en la política: los del apaño, la negociación, la grisura.

La llegad de Kirchner al poder fue, luego, un episodio muy alentador. E 25 de mayo dio un discurso ante el Congreso que me hizo lagrimear. Después de la década del noventa, me costaba creer que un presidente estuviera diciendo las mismas cosas que yo pensaba sobre el país: la reivindicación de la hombría de bien, de la cultura del trabajo, de la producción, de la movilidad social, de la presencia del Estado en la economía, el repudio a los sectores financieros y al alineamiento automático con los Estados Unidos, la idea de que nadie es dueño de la verdad y que la verdad de un país se construye uniendo las verdades relativas de todos, el compromiso con los derechos humanos. “No es necesario hacer un detallado repaso de nuestros males para saber que nuestro pasado esta pleno de fracasos, dolor, enfrentamientos, energías mal gastadas en luchas estériles”, decía kirchner.

Ya hace tiempo que trabajo de esto y descreo de los discursos políticos y de las puestas en escena, pero ese me emocionó. “Sabemos que estamos ante un final de época; atrás quedó el tiempo de los lideres predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos”. Sentí que, quizá, todo empezaría, lentamente, a cambiar. “Es el Estado el que debe viabilizar los derechos constitucionales protegiendo a los sectores mas vulnerables de la sociedad, es decir, los trabajadores, los jubilados, los pensionados, los usuarios y consumidores”, decía Kirchner. El nuevo líder volvía a definir, luego de tanto tiempo, un proyecto con sentido nacional y social, pero además moderado.

Por medio de un cambio paulatino, tal vez, la Argentina tendría una nueva posibilidad.

Todos los inicios de periodos presidenciales tienen una carga simbólica bastante fuerte, que refleja quizá un universo de valores, alguna referencia histórica, pero no necesariamente un anticipo de lo que será la gestión. Por ejemplo, unos meses antes que Kirchner, Ricardo Lagos había asumido la presidencia de Chile. Era el primer socialista que llegaba a la Casa de Moneda después del derrocamiento de Salvador Allende. En su discurso de asunción, Lagos hizo un conmovedor y merecido homenaje a aquel legendario líder. Los tiempos habían cambiado mucho y era absurdo esperar que Lagos fuera la continuidad de Allende. Chile era un país moderado, estable, que gozaba de reconocimiento internacional por su paulatino pero constante éxito en la lucha contra la pobreza. De hecho, la presidencia de Lagos no fue en nada parecida a la de Allende, y a nadie se le ocurrió recriminárselo. Los símbolos, símbolos son. Y la realidad es otra cosa.

La asunción de Kirchner fue, de alguna manera, un homenaje a otro proceso trunco, a otro presidente derrocado en aquel mismo día de 1973. Treinta años antes que Kirchner, asumía el gobierno en la Argentina Héctor J. Cámpora, un efímero presidente amado por la juventud peronista –incluidas, naturalmente, las organizaciones guerrilleras- y rápidamente desplazado por Juan Domingo Perón. La asunción de Cámpora reflejó el espíritu revolucionario que parecía imponerse en la Argentina. No pudo asistir Fidel Castro, pero envió al presidente Cubano Osvaldo Dórticos. El propio Salvador Allende estuvo en persona. Los militares se retiraban del poder, por la puerta de atrás de la Casa Rosada. La multitud los escupía.

Treinta años después, en Buenos Aires, se realizaba un homenaje implícito a aquel proceso que nunca termino de concretarse. Esta vez, en persona, visitaba el país el comandante Fidel Castro y hablaba desde una tarima montada en las escalinatas de la Facultad de Derecho. “El clima es frío pero este solo es caluroso. El sol que vi esta mañana en el homenaje a Martí y a San Martín, el sol que vi al llegar a este país el que siento en esta escalinata. Este sol es el de las ideas que pueden traer paz, que pueden traer soluciones”, decía Fidel. Desde la conservadora Radio 10 criticaban al gobierno de la ciudad, encabezado por el Kirchnerista Aníbal Ibarra, por haberle otorgado una medalla “al dictador cubano que acaba de fusilar a tres disidentes”.

“Tuve gran satisfacción y júbilo con el resultado de las elecciones en esta queridísima Argentina. Porque lo peor del capitalismo salvaje, como dice Hugo Chávez, lo peor de la ofensiva neoliberal, ha pasado. Sin nombrarlo, les digo que la organización neoliberal ha recibido un golpe colosal y ustedes no saben el servicio que le han prestado a América Latina y al mundo (…) Habrá que repetir que otro mundo mejor es posible y luego otra vez y otra vez. Martí decía que los sueños de hoy serán las realidades del mañana. Se los dice un soñador que ha tenido el privilegio, no el merito, de vivir muchos años”.

Era todo muy lindo pero, como en los sueños, no era cierto.

Símbolos.

Fantasmas de otro tiempo.

El 73 había quedado muy lejos o, al menos, eso parecía.

Kirchner no era el comandante de una revolución inminente sino tan solo el candidato que había conseguido el jefe del conservador Partido Justicialista para confrontar con un viejo enemigo. Eduardo Duhalde, antes de buscarlo a él, había intentado convencer a tres dirigentes tan conservadores como él: Carlos Reuteman, José Manuel de la Sota y Mauricio Macri. Solo el segundo había aceptado el desafío, pero se retiró cuando advirtió que no llegaba al corazón de su pueblo.

A Kirchner, además, lo había votado apenas el 22 por ciento de la gente; es decir, lo que garantizaba el aparato mas algunas personas que no querían un ballottage entre los neoliberales Carlos Menem y Ricardo López Murphy, primero y tercero, respectivamente, en esa elección.

Había algo claro en aquel resultado: los argentinos rechazaban a Carlos Menem. Preferían votar en un ballottage casi a cualquiera menos a él. Con Menem se iban el alineamiento automático con Estados Unidos, l percepción de que todo lo privado funciona mejor que lo público, un símbolo de la frivolidad y corrupción institucionalizada, la idea de que toda regulación es mal, la sumisión incondicional a los recamos del poder financiero.

Todo eso se iba, pero ya había comenzado a irse en 2002.

Un europeo desprevenido, al ver a Fidel Castro en la pantalla de la CNN, podía llegar a la errónea conclusión de que un proceso revolucionario se iniciaba en la Argentina. Pero hubiera sido otra de las tantas ficciones televisivas.

Kircner –así como casi todos los integrantes de su gabinete- partencia a una clase política repudiad, que había herido innecesariamente a la sociedad que debía conducir. Por muchas esperanzas que generara, Kirchner tenía una deuda pendiente. Nadie iba a firmarle un cheque en blanco.

Las heridas producidas por la clase política, a la que él y los suyos habían pertenecido, eran enormes. Podía, como mucho, ganarse la simpatía de la gente, pero seria, por largo tiempo, una simpatía condicionada. Nadie colgaría su retrato en el living de su casa, como ocurrió en su momento con el de Raúl Alfonsin y el de Carlos Menem. Ni retrato de él ni el de ninguno de los suyos.

Era algo nuevo dentro de lo viejo. Como mucho, era eso. Con suerte un Héroe de la Retirada.

Del libro QUE LES PASO, de Ernesto Tenembaum

 

Evidentemente no lo fue, tan solo un integrante mas del regimen, que solo de poder, vacio de estructuras divago entre sindicalistas y ex montoneros, entre obras sociales y juicios del pasado, para poder seguir haciendo lo que siempre supo hacer, manipular, negociar, apañar y patotear.

“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien”.Victor Hugo

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