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El Perro Fernando


Invitado el_carcelero

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El Perro Fernando

Si alguien tuvo la suerte de ir a Resistencia, o también llamada "La Ciudad de las Esculturas" (hay más de 250 en pocas cuadras); en la Plaza 9 de Julio, la principal de la ciudad, justo en la esquina y frente a la Casa de Gobierno, encontrarán un estatua (bronce) que es la segunda más importante del lugar y es en homenaje a... un perro. Esta es la increíble historia del Perro Fernando.

El Perro Fernando fue propiedad de un cantante de boleros llamado Fernando Ortiz

(de quien recibió el nombre), quien lo adoptó a corta edad allá por mediados de 1950, siendo un perro vagabundo y que lo llevó consigo a sus funciones y otros conciertos, lugares donde la gente empezó a tomarle cariño. La leyenda dice que este alegre perrito se ganó la admiración y el amor de todo un pueblo por su excepcional oído musical, y muchas veces la crítica de algún espectáculo dependía de las reacciones que había tenido el perro. No había fiesta de casamiento, cumpleaños, carnaval o concierto al que Fernando no entrara para sentarse junto a las orquestas, o a los solistas, y darles su aprobación meneando la cola o, tras parar las orejas ante el más mínimo error, soltar gruñidos y hasta aullidos desaprobatorios. Y en las Navidades su presencia en una casa era siempre buena señal.

Cuando visitó Resistencia el famosísimo pianista polaco, (y ex Primer Ministro de Polonia) Ignacy Paderewsky, ofreció un concierto único en el Cine Teatro Sep, el más importante de la ciudad. La sala estaba repleta y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre explicaban a los músicos visitantes la ineludible presencia del can) y a la vista de más de mil personas se diría que Paderewsky y él comenzaron el concierto.

En medio de una sonata de Beethoven, de pronto Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Sin embargo, hacia el final del concierto, nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista como diciéndole "Oiga, se está equivocando". Entonces Paderewsky, con europea elegancia, se detuvo, miró al perrito y le dijo en duro castellano: "Tiene razón, equivoqué dos veces". Y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bises y el discreto silencio del inefable Fernando.

Fernando Ortiz comenta:

Conocí a Fernando, en 1951 en el bar "Los Bancos", frente a la plaza. Era un perrito blanco, chiquito, y cuando los mozos me preguntaron si molestaba y respondí que no. Permaneció al lado mío, y cuando salí me siguió hasta el hotel Colón, donde vivía. A la mañana siguiente, lo encontré bajo la cama, lo bañé y me siguió. Así nació nuestra relación.

A Fernando le gustaba mucho los picantes y el azúcar. Creo que es eso lo que

aceleró su muerte. En la amistad, era como los humanos. Tenía amigos por todos lados, pero los elegía. Dormía en la entrada del hotel Colón, de allí se iba al Banco de la Nación, donde había un gerente que lo quería muchísimo. A la hora de la entrada, el perro iba directamente al despacho del gerente, y se pedía un café con leche con medialunas para Fernando. En el horario de atención bancaria, dormía frente al Bar Sorocabana. El movimiento de gente era intenso, pero nadie lo molestaba mientras tomaba un poco de sol. Después iba a comer al Restaurante Madrileño, al lado del Sorocabana. La siesta la dormía en la casa del conocido cirujano, el Dr. Reggiardo. A veces optaba por el Club Progreso. Pero lo fundamental para él era la noche. Recorría todos los bares céntricos, plagados de discusiones políticas e intelectuales, orquestas de tangos, de boleros... "Los Bancos", el Sorocabana, el Club Social, y si se oía música, fuera donde fuese, el perro se acercaba. A mí me parecía un ser humano vestido de perro. La música le encantaba. Si no le gustaba la actuación de un artista, se iba, ¡Y la gente lo seguía! De vez en cuando, visitábamos en su atelier a un gran pintor y amigo, René Brusseau, sobre el Cine Argentino. Fernando se hizo amigo de René y me acompañaba a verlo. Otro de sus amigos fue el escultor Víctor Marchese, autor de la escultura de Fernando. Con Juan de Dios Mena, poeta e historiador chaqueño, iba al Fogón de Los Arrieros, museo y centro de reunión más importante de intelectuales, artistas y escritores del Chaco. Fernando tenía un gran sentido de la amistad.

Algunas anécdotas

En una oportunidad en que el Coro Polifónico de Resistencia ofrecía un recital, entró a la sala por el acceso de los artistas, precisamente en el momento en que la Directora, la Mtra. Elizondo, marcaba el inicio del compás de la obra: El perro dio una vuelta por el escenario, y se acurrucó a un costado para escuchar el coro. Otra vez irrumpió en escena para lamer la cara de una actriz, Delma Ricci, en una escena de una obra teatral en que la amenazaba un hombre- lobo. Allí acabó la función. Fue apoteósico.

A veces se lo veía muy a menudo con otro amigo, el Perro López, con quien solía disfrutar de una de sus grandes pasiones: perseguir gatos en la plaza. Cuando lo invitaban a una mesa y le acercaban una silla, él seguía la conversación mirando a una u otra de las personas que hablaban. Una noche hacía mucho frío y se me ocurrió darle azúcar con grappa. Al principio no le gustó mucho, pero al rato empezó a pedir más. Cuando terminó, no podía bajar de la silla, y caminaba, borracho, de costado. Una vez, en el Bar Japonés, lo hirieron con un cuchillo, y le tiraron agua caliente. Se le infectó la herida, y fue llevado de urgencia al Dr. Reggiardo, que lo intervino. Luego pasó al Club Progreso, allí le acondicionaron un lugarcito para su recuperación. Estuvo bien atendido, y ahí se vio cuánto lo quería la gente de Resistencia, ya que el Club tuvo que poner dos teléfonos a disposición para atender la cantidad de llamados de la gente que quería saber como seguía Fernando. Para esa solidaridad no había horarios, y el teléfono sonaba mañana, tarde y noche.

En otra oportunidad, pese a tener chapa Nº1 de vacunación antirrábica, fue llevado por la perrera, donde lo metieron medio dormido en el camión. Tátalo Domínguez , boxeador chaqueño y titulo Argentino, recriminó, junto a otras personas, a los perreros que lo apresaron. Discutieron, y finalmente rescataron a Fernando junto a los restantes perros, que se metieron todos en el Sorocabana a modo de protesta con Fernando a la cabeza.

Ortiz no se preocupaba por bañarlo, y a él mucho no le gustaba. Por la mañana andaba sucio, pero por la tarde aparecía blanco. Hasta que se despejó la incógnita: una mujer de la alta sociedad, que nunca quizo dar su nombre, lo atendía por la tarde y lo hacía lucir bien, elegante y arrogante como un hombre de la noche. Era un bohemio blanco.

En la mañana del 28 de Mayo de 1963 unos policías lo encontraron moribundo frente al Banco Español, hoy Río, falleciendo horas después. La ciudad lo lloró desgarrada. Se le realizó un solemne entierro en la calle Brown al 350, en la puerta del edificio de El Fogón de los Arrieros. Miles de personas cubrieron la calle, las veredas y los balcones hasta más allá de las dos esquinas. Más de un negocio bajó sus persianas en señal de duelo y respeto hacia un animalito que había conquistado a toda una ciudad. El Intendente hizo un discurso y la Banda Municipal interpretó varias marchas fúnebres. Los Taxistas de la plaza fueron a buscar a Fernando Ortiz para llevarlo al entierro, pero no quizo ir. Y toda la ciudad estaba allí, despidiendo a su perrito.

 

Luego de su muerte, ha recibido numerosos homenajes por parte de músicos y artistas. Entre ellos, Alberto Cortés, quien le dedicó la canción "Callejeros", luego versionada por Ataque 77. Sobre él se escribieron varias notas en diarios y revistas del País y del extranjero y hasta mereció un comentario del periodista la BBC de Londres, Arturo Barea.

 

Hoy, cuando uno entra en la Ciudad, un cartel le indica al viajero: "Bienvenido a Resistencia, Ciudad de Fernando". Además de la escultura en la Plaza 9 de Julio, existen otras dos (una en el Club de Regatas y otra en su tumba, en el Fogón de Los Arrieros). En esta última está escrito un epitafio que reza: "A Fernando, un perrito blanco que, errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento".

 

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